Asociación Comunidad Esperanza | ¡Doce años no son nada!
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05 Feb ¡Doce años no son nada!

Doce años ACE_II

Y son mucho: son todo, todo lo que somos y lo que hemos vivido desde que nació Comunidad Esperanza. Desde aquella tímida incursión al basurero para ahora, ¡cuántas vivencias, cuántas personas, cuántos sueños han desfilado por la vida de quienes hemos sido protagonistas y testigos de esta historia

He querido escribir un sencillo mensaje para esta ocasión. Lo hago con afecto y sincera humildad, pero también con esperanza y optimismo, porque sé que quienes uno a uno nos hemos ido sumando a esta tarea, no hemos estado nunca solos, ni esto ha sido producto de la casualidad. Pocas cosas nos han ocurrido que no hayan sido un gesto de la providencia amorosa de alguien a quien en lo personal puedo experimentar como Padre-Madre, aunque otros quieran nombrar de otra forma. Lo que realmente cuenta es que si algo hemos logrado hacer para cambiar una vida -o muchas- ha sido porque  Él ha estado a nuestro lado; no para dispensarnos del esfuerzo y del sufrimiento, sino para alentar nuestra lucha y para inspirar nuestra vida.

Algunas  veces le hemos encontrado en el silencio de la oración, otras veces en la salida de situaciones difíciles; pero ojalá también le hayamos podido descubrir presente en el bullicio cotidiano, en el rostro de los pequeños y en el dolor de los más pobres entre los pobres de este rincón del mundo, así como en la existencia de cada uno de nosotros mismos y en la de los compañeros y compañeras con quienes nos toca hacer camino.

Esa es la razón por la que deseo elevar a Dios una acción de gracias. Han sido doce años de muchas bendiciones. Tantas que, si se pudieran contar una a una, resultaría un listado tan largo, que casi me imagino a Abraham intentando contar las estrellas. En lo que a mí toca, a veces siento que voy dando palos de ciego, pero nunca falta un generoso lazarillo que me tome de la mano y me ayude a llegar adonde no alcanzo por mis propios medios.

Hemos tenido, queridos amigos y amigas, muchos ángeles guardianes a nuestro lado. Algunos han aparecido en momentos puntuales para rescatar el sentido de nuestro diario quehacer, otros no han dejado de sostenernos incluso desde su pobreza; otros nos han ayudado a crecer enseñándonos algo, otros con mucha paciencia han acompañado nuestra evolución aceptando nuestras torpezas y limitaciones; otros más nos han defendido en momentos de peligro, y otros en fin, nos han corregido la plana con respeto y consideración.

Por eso quiero decirles que es importante contemplar nuestra historia con los ojos de la fe para aceptar que ha merecido la pena.

Ha habido momentos dolorosos que han llegado inesperadamente y personas que también han querido hacernos daño: desde dentro y desde fuera. Es normal que así sea. También a muchos nos ha tocado llorar en algunas situaciones críticas y sentirnos frustrados cuando algún sueño o algún proyecto encarnado muchas veces en un niño, niña o joven, se nos ha roto. Igualmente hemos cometido errores, algunos más graves que otros…

Pero también aquí es necesaria una mirada de fe para comprender que detrás de cada experiencia negativa, bien puede haber un aprendizaje y un para qué. Y esta mirada a la historia puede ser tanto un ejercicio comunitario como personal, que nos ayude incluso a entender que hay vida para Comunidad Esperanza más allá del lugar donde nació, y que no siempre vamos a encontrar gestos de gratitud o de reconocimiento, cuando las personas llevan consigo muchas heridas que sanar. Además, no es para eso que vivimos.

De todas formas cuando las crisis llegan, aunque sintamos los ánimos por los suelos, no hay que dar por perdida la lucha, como tampoco hay que tener miedo de plantarle cara a la injusticia y a todo aquello que atente contra la dignidad de quienes son nuestra razón de ser.  Y si el miedo viene, hay que espantarlo con una buena carcajada, porque sabemos que el buen humor alivia las penas y que la Ciudad de la Esperanza es un lugar para la alegría.

Aunque alguno pudiera no sentirse completamente gratificado por su estadía en Comunidad Esperanza, nunca podría negar que en este espacio ha encontrado algo con qué enriquecer su vida o su formación profesional; incluso partiendo del hecho de que en este sitio, todos tenemos algo que aprender de los demás. Pero la invitación, el desafío, el reto para cualquiera que esté actualmente o se incorpore, será siempre el mismo: “ponerse la camisola y sudarla”, es decir, identificarse con la misión y la visión de Comunidad Esperanza, con la mística que le anima y trabajar bajo la misma consigna, intentando ser con los demás,  un solo corazón y una sola alma.

Solamente de esa manera pasaremos de ser un equipo grande, a ser un gran equipo. Seremos entonces una verdadera comunidad que anima la vida de la gente a la que quiere servir y la transforma, entendiendo que no hay puesto por más humilde que parezca, que no sea importante y necesario para hacer posible lo que parece imposible: un sueño esperanzador para cada uno de nuestros chicos y chicas; un sueño que tiene que ver con la toma de conciencia de su dignidad humana, de su identidad cultural, de su bondad y capacidad para hacer el bien, de su potencial para construir un proyecto de vida por el que les merezca la pena trabajar.

Tenemos a niños y niñas con quienes hay que trabajar con mucha caridad y paciencia, porque su situación es tan frágil, que sin nuestro apoyo no podrán disfrutar de un futuro distinto a la triste condición en la que ahora se encuentran. Y cualquier cosa que por ellos hagamos, la habremos hecho por alguien más (Cf. Mt. 25,40).

Debo expresar mi agradecimiento a todos y cada uno de los que forman parte del personal docente, administrativo y operativo de Comunidad Esperanza.  No es fácil poner tanto corazón y saber que no siempre se obtienen los resultados deseados o que la debida compensación económica, llegará más tarde que pronto. Debemos trabajar para ir alcanzando poco a poco la autosostenibilidad, así que las ideas que puedan brindarnos al respecto, serán bienvenidas.

Quiero hacer también un reconocimiento muy especial a aquellos que entregan sin pensarlo dos veces, más horas de las establecidas para hacer que todo funcione y nos mantengamos a flote; también a aquellos que con caridad y discreción entienden y disculpan las humanas falencias de los otros, aportando lo suyo para mejorar el conjunto, sin criticar ni juzgar. Y, en un plano más personal, gracias por las inmerecidas muestras de cariño a mi persona y por la fidelidad a éste que no deja de ser y será siempre un “proyecto”: un caminar en la esperanza con la mirada puesta en el surco donde vamos sembrando buena semilla -sin malas intenciones ni intereses mezquinos- y apostando por un futuro más humano para todos, un futuro que ya poseemos en nuestro interior y que llamamos Reino de Dios.

Nadie puede adelantarse al momento de la historia que le toca vivir; pero qué absurdo sería pasar por esta tierra sin intentar  tan siquiera dejar escrita una línea de esa historia, sobre todo en su mejor versión. Puede ser que los tiempos mejores nunca hayan existido, pero los podemos soñar y construir.

Es en lugares como el nuestro y cuando las cosas se tratan de hacer cada vez mejor, despojándonos de nuestro escepticismo y nuestra indiferencia, de nuestra mediocridad y nuestro egoísmo, donde se gestan las más grandes revoluciones. Y estamos bien sabidos de que Guatemala lo está necesitando. Pero para lograrlo se requiere una buena dosis de creatividad y mucha audacia,  para disponernos de esta manera a romper esquemas, para salir de lo acostumbrado y atrevernos a innovar: en el aula, en la oficina, o donde sea.

Esta puede ser una experiencia enriquecedora y divertida (¿por qué no?) y a la vez, transformadora también de nuestras dudas en certezas, de nuestras rutinarias creencias en alegres descubrimientos, hasta que lleguemos a descubrir cuánta magia somos capaces de poner en la existencia, muchas veces gris, de los pequeños que la Providencia ha puesto en nuestras manos.

No quiero terminar este mensaje sin dar un “GRACIAS” (así, con mayúsculas) a aquellas personas a quienes me referí en un principio: nuestros ángeles guardianes, nuestros amigos y bienhechores. No siempre les decimos lo mucho que les debemos, pero pueden tener la certeza de estar siempre en nuestras oraciones y de contar con nuestro cariño. El Señor sabrá recompensarles su trabajo, su solidaridad y su afecto incondicional a nuestra causa.

Invito a todos a continuar la andadura apoyándonos en Dios, el fiel y misericordioso, y en la fortaleza que nos da la cercanía de nuestros propios compañeros de luchas, de sueños y alegrías.

Un abrazo fraternal a todos y feliz aniversario.

Sergio

Cobán, agosto de 2015.

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